lunes, 24 de agosto de 2009

Carta a un amigo

Querido amigo:
No tienes idea del gusto que me ha dado leer tu correo y enterarme de lo bien que me cuentas estar. Saber de ti luego de algún tiempo me ha llenado de alegría y ha disipado en algo mi mente, concentrada en las muchas preocupaciones que hoy –quién lo diría– merodean impunemente por mi cabeza. Tu comunicación me ha arrancado por unos instantes de esta ciudad que, si bien cada día aprecio más, nunca me hará olvidar a nuestra querida Lima, a esa desordenada pero entrañable urbe que combina con melancólico encanto bullicio, cielo de nostalgias y cerros arenosos con sonidos de litoral, viejas casonas y gentes de gracias y aspectos diversos. Y, ahora que lo pienso, me doy cuenta de lo disipada que era mi existencia por allá, donde alguna eventual preocupación se limitaba únicamente a inquietarme acerca de a qué chica llamar o cuál restaurant elegir.
No sabes cómo extraño nuestras distendidas reuniones de café, siempre tan abiertas y sinceras como nuestra amistad misma. Aquellas en las que conversábamos durante horas por las tardes, envueltos entre tupidos velos de humo formados por los interminables cigarrillos que solíamos fumar en la terraza del concurrido Starbucks de Benavides, ese que convertiríamos en nuestra oficina de jodas, en nuestro cuartel general del ocio y la chacota, de la tertulia y la confesión. Ese mismo en el que conocí a Fabiola, de quien, no obstante lo mucho que desarrollamos en tan poco tiempo, ya nada sé hoy en día. Si logras verla en algún momento, cuéntale que la extraño y que la recuerdo con especial cariño.
Buenos Aires no deja de sorprenderme. Esta ciudad, que a primeras luces se te muestra tranquila y hasta amistosa, te puede llegar a revolcar de un momento a otro, golpeándote sin piedad con un intenso sacudón que es tanto placentero como desgarrador, algo así como un gancho al hígado de tus desganos, una patada a las criadillas de tu pasividad; o sea, te desahueva a la fuerza, pero bonito. Te lo explico de otra forma, a ver si me entiendes: no tenía ni una semana de haber llegado y, para aquel entonces, aún me encontraba hospedado en casa de los tíos Lucho y Charo, de quienes te hablaré extendidamente en una comunicación posterior. Era un día agradable, con sol, pero no tanto, con gente en las calles, pero no tanta, y yo aburrido, como siempre. Decidí salir a almorzar. Luego de andar durante cuadras caminando sin rumbo fijo –como en la mayoría de mis interminables paseos– por el barrio de Palermo, recalé en un pequeño pero muy acogedor restaurant, tipo bistró francés, llamado justamente Barolo Bistró, en la calle Bonpland al 1600. Una vez sentado, como es habitual en mí, ordené una botella de vino, de nombre Saint Felicien Malbec 2005 por si te interesa probarlo. Al fondo del salón, que no era muy amplio, una pizarra verde anunciaba, escrito con tiza roja, la especialidad de la casa: “trozos de cordero patagónico con especias de la región”. Sonaba tentador, así es que solicité uno de esos con entusiasmo. Luego de unos 20 minutos y con la comida aún sin aparecer, yo ya me había bajado más de media botella, lo cual, como comprenderás, logró subirme los ánimos de una forma inesperadamente desmedida.
Yo estaba relajado, feliz, disfrutando de la vista que producen las gentes que suelen pulular en plan de errantes desconocidos, y de alguna que otra “minita” que muy ocasionalmente levantaba la vista para echarme una mirada coqueta. La botella que tenía enfrente seguía bajando (no precisamente la botella, quiero decir, sino lo que llevaba dentro: el licor, el elixir, la bebida espirituosa, ¡la ambrosía que motiva al dios Baco!) y lo hacía en forma inversamente proporcional a mi desfachatez, a mi osadía y a mi desenvoltura, que crecían exageradamente con cada sorbo y que no pocas personas del lugar (incluyendo la señorita que muy atentamente casi y me rebosaba la copa cuando la veía por terminar) empezaban a advertir. Para sorpresa mía (sorpresa ahora, porque en ese momento todo fluía de una manera tan armónica y natural), de pronto comenzaba a sentirme dueño del lugar. Frente a mi mesa se encontraban sentadas dos chicas que, al igual que yo, disfrutaban de una botella de vino que acompañaban con una retahíla de cigarrillos marca Pall Mall, fumados incesantemente pero con tan prolija gracia y destreza, que me quedé pegado por varios minutos observándolas. Al cabo de un rato, y algo extasiado, me acerqué donde ellas a solicitarles uno.
-Hola ¿Cómo están? ¿Me convidan un cigarro?
-Claro, tomá, ¿Querés fuego? –dijo una de ellas, ofreciéndome el encendedor, para luego continuar- ¿De dónde sos?
-Peruano, de Lima. Llegué hace unos días y estoy conociendo la ciudad, que me encanta, tanto como sus mujeres –respondí, acentuando aún más mi limeñísima pronunciación y mirándolas fijamente a las dos, sonrisa de por medio, mientras contestaba.
-¿Y te quedás mucho tiempo? –replicó la otra.
-No lo sé, depende de cómo me traten. Por ahora solo hasta mediados del próximo año, que es cuando termina la maestría por la que vine.
Me quedé con ambas por el resto de la tarde, compartiendo y exagerando, botellas de vino y cigarrillos Pall Mall entre los tres, amores frustrados, aventuras y viajes interminables. Había caído en el lugar preciso, en medio de dos chicas (Victoria y María Eugenia) tan encantadoras como desenvueltas, ante quienes no quedaba más que rendirse y disfrutar. Continuamos de bar en bar, caminando por Palermo Hollywood y sus incontables clubs, bares y restaurantes, algunos de los cuales nos albergaban con entusiasmo para gozar de, “ahora sí”, la última copa de la noche.
Como a las 11, y yo casi sin poder hablar, decidí retirarme a casa. No quería que los tíos pensaran que algo me había pasado o que su ilustre y auto invitado huésped tenía la desconsideración de llegar muy tarde. Con pena, pero agotado, anuncié a las chicas que debía retirarme, así es que, lapicero en mano, apunté –haciendo un gran esfuerzo, ahora que me acuerdo– el celular de una de ellas, de Victoria, en un pedazo de cartón rojo que anunciaba la promoción de no sé qué producto, y que alguien en la calle me había entregado. Debía evitar que nuestra recién lograda pero insuperable amistad terminara esa noche loca. Les di un beso a ambas y partí en un taxi.
A la mañana siguiente, Chatsy, la perrita de la casa, me levantó a punta de ladridos y lamidos con la clara intención de que juegue con ella, como todas las mañanas. Era algo tarde y sentía el cuerpo destrozado, por lo que a duras penas me bañé y me dirigí a la cocina, donde me esperaban para el desayuno. Una vez sentado no logré articular una sola idea sensata o coherente al momento de explicar a tía Charo el motivo de mi desconsiderada desaparición. Debajo de mí, Chatsy, sujetando entre los dientes su juguete, solo atinaba a mirarme fijamente, como solidarizándose con su ama por mi actitud y por mis pocas ganas de jugar con ella.
Pero ese episodio, por más incómodo que parezca, languidecía ante la grandiosidad de mi espíritu, henchido por los recuerdos de una noche como la anterior, coronada con la compañía de dos porteñas portentosas que me habían sacado del destierro emocional, del ostracismo sentimental (y físico, como es evidente), para hacerme sentir un bonaerense más, un natural, un nativo de estas tierras, un ídolo de multitudes; qué se yo, Charly García, Evita, el Diego…
Corrí al cuarto y busqué, entre mis ropas acumuladas y olorosas por el humo de la noche, el cartoncito rojo en el que había apuntado el celular de Victoria. Quería agradecerle, invitarla a almorzar, sentirme nuevamente parte de su mundo. Marqué el número y, luego de algunas timbradas, una voz de hombre contestó: “¿Hola?”. “Por favor, con Victoria”, pregunté. “Número equivocado”, respondió. Pensé en ese instante que había marcado mal o que, por la condición en que me encontraba cuando los apunté, había distorsionado groseramente los números acentuando mi pésima caligrafía. Marqué nuevamente y esta vez no duró mucho en contestar:
-¡Hola!
-Sí, ¿Se encuentra Victoria?
-¿Vos me estás cargando? Marcá bien, ¡pelotudo!
Colgué. Me senté en la cama, tiré el cartoncito rojo y agarré el juguete de Chatsy, que me había seguido hasta el cuarto. Para ese momento, “Chats” (como le suelo decir) no paraba de mirarme y –estoy seguro– de reírse a carcajadas. Se recostó a mi lado y nos quedamos quietos por un rato, hasta que, aburrida de consolarme, agarró su juguete y se fue.
Bueno, mi hermano, esa tarde la pasé con los tíos, disfrutando también y sabiendo que, como la noche anterior, seguro me esperan muchos otros episodios desconcertantes pero intensos, como solo esta fascinante ciudad suele ofrecer. Ya te los contaré.
Un fuerte abrazo,
Ramón


viernes, 14 de agosto de 2009

Terminó la semana intensiva

Por suerte, llegamos enteros al fin de nuestra segunda semana intensiva. Y vaya si fue intensiva, sobre todo por todas las emociones que circularon en los pasillos de la universidad. Sin dudas, el notición de esta semana fue el anuncio de Maricruz sobre el maestrandito.
Ya pasaron la charla de Materna y la del bombón de La Nación, las entrevistas personales con Alejandro hasta altas horas (que no se malentienda), el acoso a Roberto por parte de los alumnos de MGC, las jornadas enteras con el culo apoyado en la silla y el café casi por litros para no quedarnos dormidos y resistir. Hasta nos fuimos con la satisfacción de que Ethel nos pusiera buenas notas en el trabajo final.
Sin embargo, aún nos quedan miles de cosas para hacer: que el ensayo para Máspero, que el trabajo y el test de Marketing para algunos, que el examen de comunicación para otros y, lo más atemorizante... el Trabajo de Proyecto Profesional y ¡¡¡con glosario incluido!!! ¡¡¡Así que chicos, a ponernos las pilas, a tomar mucho Speed y café para juntar fuerzas y Good Show!!! Nos vemos el viernes que viene en el mismo lugar y a la misma hora.

domingo, 9 de agosto de 2009

Así nos ven los profesores!!!


En primer plano, los caramelitos de Cata. Me parece que mucha cara de serios no tenemos. ¡Ojo chicos! Hay que empezar a caretearla un poco más. Así, nadie nos cree que vamos a estudiar.

Carlos cumplió años!!!






Y le hicimos un regalo que parece haberle gustado!!! ¿Cuántos años cumplió? Eso no importa, pero con la foto de su documento en el listado que nos dieron al principio, nos tuvo engañados un largo rato...

miércoles, 5 de agosto de 2009

Una mente brillante


¡¡Yo les dije el primer día que apareció que este pibe es un groso!!

El sábado matador (de la primera semana intensiva)



Así nos premian por ir los sábados. Con un bufet a nuestra altura, digno de unas mentes como las nuestras.

Miren los galanes que tenemos, chicas. Y está Alan Faena antes de su transformación, cuando estaba de incógnito.


¡¡Qué reunión más amena!! ¡¡Qué lindo grupo! ¡¡Belleza, glamour, qué peinados Teté!!




Para los que tenían alguna duda de la presencia divina en la universidad Austral, miren la luz celestial que ilumina nuestros días de estudio allí.





Para la revista Caras



¡¡Todos quieren salir en la foto junto a nuestro Alan Faena!! ¡¡Cholulos!!